Hoy en día sabemos que un volcán es básicamente una estructura geológica por la que emerge el magma en forma de lava y gases provenientes del interior de la Tierra. Pero hace tiempo, quienes murieron en Pompeya bajo las cenizas y lavas del Vesubio no supieron que aquella montaña que vomitaba fuego era, en realidad, un volcán. Esa ignorancia hizo que pareciera tan extraordinario lo que allí estaba ocurriendo. Plinio el Viejo, que estaba en el norte de la actual bahía de Nápoles, quedó tan asombrado por lo que contemplaba desde lejos que decidió embarcarse para observar mejor el prodigio. Nunca volvió. Su sobrino, Plinio el Joven, es quien cuenta su historia. La caída de grandes cantidades de lo que hoy conocemos como piedra pómez y cenizas sobre la ciudad de Pompeya bajo una inmensa oscuridad, cuyos únicos resplandores provenían de la lava encendida creó un perfecto imaginario apocalíptico. Así, lo que algunos atribuyeron a un cruel castigo de los dioses terminó encontrando al cabo de los siglos una causa natural, lo que pasó fue porque simplemente el Vesubio es un volcán. Esta afirmación, sin embargo, no sirve de nada si no tenemos en cuenta cuál es el concepto de volcán. Aquellas personas, en aquellos tiempos, no consideraban semejante cosa. De hecho, en el latín, no existía ni la palabra ni la idea de lo que es un volcán. Durante aquellas horas, en las que el Vesubio entraba en erupción, Plinio el Viejo decidió acercarse hasta donde se producía tal inusual fenómeno, considerándolo como algo digno de estudio y dejando atrás las supersticiones de la época. Quizá la imagen más impactante y representativa sea la que nos permite imaginar a Plinio el Viejo, colmado de curiosidad, navegando hacia el volcán en dirección contraria a la de la mayoría, que intentaba huir bajo una lluvia de rocas. Plinio el Joven, desde un punto más alejado, corrió mejor suerte, nos relató esa última aventura de su tío y también su propia vivencia. Describió como entre temblores en la tierra y oscuridad en el firmamento las personas corrían sin saber adónde, el mar innavegable devoraba las playas y no les daba salida, mientras la montaña continuaba con furia arrojando fuego y piedras, sepultando rápidamente la ciudad romana. Este relato catastrófico fue poco valorado durante muchos siglos, hasta que la moderna ciencia de los volcanes pudo comprobar que lo narrado suponía, ni más ni menos que, un preciso testimonio de una típica erupción volcánica. En homenaje a Plinio el Viejo, las erupciones magmáticas con características similares a la ocurrida en el monte Vesubio, son denominadas erupciones de tipo Plinianas. La vulcanología, hoy nos enseña que las erupciones Plinianas están asociadas a magmas ácidos y, por lo tanto, viscosos. Son consideradas las más violentas erupciones debido a las poderosas explosiones. Estás explosiones ocasionan que la cumbre del volcán colapse generando una caldera. A su vez, las columnas de ceniza llegan a alcanzar alturas superiores a los 30 km, inyectándolas directamente en la estratósfera, lo que a su vez provoca que los materiales volcánicos se esparzan por extensas áreas. Por si lo anterior fuera poco, la gran cantidad de material emitido a la atmósfera combinado con las altas temperaturas de las columnas eruptivas, provocan fuertes precipitaciones y destructivos lahares (mezcla de rocas, cenizas y agua que fluyen rápidamente) los cuales pueden llegar a sepultar ciudades enteras. Actualmente, la clave para clasificar una erupción como Pliniana es, justamente, la emisión de grandes cantidades de piroclastos (la piedra pómez) y las continuas y muy intensas expulsiones de ráfagas de cenizas y gases. Todo tal cual lo describió Plinio el Joven, sin siquiera saber que se trataba de una erupción volcánica, hace ya casi dos mil años.
Por: Rafael Furque
Basado en “Plinio el Joven y el Vesubio: la épica de la destrucción” de Francisco García Jurado.
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